
Se presentó la «Leyenda de la Flor Sagrada», recreación de una de las historias del origen del cannabis
Cuenta la leyenda que una flor de aroma embriagador fue entregada por los dioses a su pueblo para curarse, de esa flor brotó una semilla que, a la orilla del río, germinó en una planta cuyas hojas parecían manos abiertas rogando cielo
– El bullicio en el centro histórico de la ciudad, repleta de turistas dos días antes de la Guelaguetza, no significa nada para dos mujeres que caminan serenamente abrazando una planta de cannabis cada una. Pero no van solas, las acompañan un grupo de campesinos con huaraches, sombreros y chaquetas de gamuza café, y algunos jóvenes con gorra y sudadera.
Provenientes de comunidades de San Esteban Amatlán, todos caminan en silencio, sin prisa, sin miedo; se dirigirán al encuentro de medicina tradicional El Llamado del Caracol, donde participarán en la representación ceremonial de la leyenda de la Flor Sagrada.
Ingresan a la sede del citado encuentro y se instalan en la segunda planta, en una terraza donde se han dispuesto sillas en círculo especialmente para ellas y ellos. Un vientecillo que presagia lluvia mece las hojas de las plantas, mientras un arcoíris se instala al fondo, sobre un cielo encapotado. Los dioses dejan caer una llovizna benévola que mitiga el calor de la tarde.
La representación inicia con la colocación de un Tlalmanalli, ofrenda prehispánica compuesta por flores, sahumerio de copal, veladoras y agua, que representan los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego. Al centro, se colocan las dos plantas de cannabis.
Rocío Morales, sanadora tradicional zapoteca, sopla su caracol hacia los cuatro puntos cardinales; el grave aullido llena el espacio mientras cada asistente recibe el humo del copal como acto de purificación.
La chamana entona entonces su canto ritual:
Caminando voy por el sendero
del camino de nuestros ancestros.
Cuenta la leyenda de una flor,
una flor de aroma embriagador…
Cuando el hombre caminaba con los dioses,
por montañas y cerros de Lu’Laa,
el dios de los zapotecos,
dios de la abundancia y del maíz,
el gran Pitao Cozobi,
flor sagrada ofreció a Yahuintzin, la doncella…
Ofrendaron a su pueblo humo de flor sagrada,
la gente sana, el agua brotó…
Desde entonces, la flor sagrada en cannabis se volvió.
Un misticismo comienza a fraguarse en el ambiente entre el ocaso, el aroma a copal, el humo, las veladoras que no se apagan pese al viento y la cannabis meciéndose suavemente al centro de la ofrenda.
Con voz profunda, el actor Mario Carballido narra la leyenda:
Desde antes que llegaran las casas de metal con llantas —dice la anciana refiriéndose a los carros— usábamos la planta para abrir las puertas del pecho, para aliviar el espanto, para entibiar el alma…
Esta historia le llegó por la voz de su abuela:
Una mujer que, a mitad de un junio lluvioso, mientras lavaba ropa junto al río, vio algo extraño: una semilla solitaria germinando sin permiso en la orilla lodosa donde el agua acumulaba todos los minerales arrastrados desde la montaña.
Ahí, en ese rincón fértil y silvestre, nacía una planta que nadie en el pueblo había visto antes.
Crecía robusta, con hojas que parecían manos abiertas pidiendo cielo.
Su abuela, curiosa como las flores que se abren de noche, cortó una rama con respeto. No por miedo, sino por intuición.
La llevó a casa y la puso en un frasco de cristal con agua del mismo río, justo sobre la pila donde lavaba los trastes, como solía hacer con las ramas de rosa.
La dejó pegada a la ventana donde el sol de la tarde tocaba las cosas sin hacer ruido.
A los diez días, dice la abuela, brotó raíz:
Ese fue el primer esqueje,
la primera hija de la Flor Sagrada en su linaje.
La sembró con manos que sabían rezar sin palabras.
Desde entonces, la planta no dejó de dar.
Aprendí a usarla como medicina:
en pomadas para los huesos fríos,
ungüentos contra los dolores del alma,
infusiones y macerados con escorpiones para bajar fiebres,
y mezclas con mezcal y humo para liberar el humor atrapado.
Era su farmacia sagrada.
Su herbolaria intuitiva.
Su altar…
El gobierno dice que es mala, que hay que esconderla como si fuera pecado.
Pero yo la vi sanar a mi hijo, que no podía dormir desde la guerra.
La vi calmar a un hombre que hablaba con gritos…
Y después, la vi florecer en la milpa,
entre el maíz y la calabaza,
como si fuera parte del mismo códice…
Todos los presentes, hombres y mujeres, escuchaban en absoluto silencio. Porque esta historia no solo les pertenece: la comparten. En sus comunidades, muchos fueron criminalizados por sembrar cannabis. Hoy, cuentan con autorizaciones expedidas por la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), tramitadas con el apoyo de la Asociación Civil Centro Cultural para las Comunidades Unidas para el Uso Lúdico y Médico del Cannabis.
Al final, en pleno ocaso, se comparte mezcal tobalá entre las y los asistentes, exaltados por la música, el canto, la poesía y una leyenda que no es ajena, sino íntima: la leyenda de la Flor Sagrada.
Nuevos horizontes para campesinos de San Esteban Amatlán
Alma Reyes Zurita, defensora de derechos humanos y presidenta de la asociación organizadora, explica que con la leyenda y ceremonia de la Flor Sagrada se conmemora la resistencia de las comunidades indígenas que han sido perseguidas por conservar sus plantas sagradas y sus saberes medicinales.
Esta ofrenda colectiva, enfatiza, invoca justicia, reconciliación y protección espiritual para quienes fueron criminalizados por defender su herencia.
La abogada señala que esta labor también se basa en la defensa del derecho al libre desarrollo de la personalidad, razón por la cual su organización se ha dedicado a proteger el derecho de las personas a cultivar, transformar y consumir cannabis de manera consciente y libre.
Gracias a su gestión y acompañamiento, decenas de personas han obtenido autorizaciones sanitarias gratuitas ante COFEPRIS, ejerciendo su derecho al autoconsumo con fines personales, lúdicos y medicinales.